San Isidro es un hipódromo decadente. Más si, encadenados mis habituales retrasos del día, llego allí anocheciendo y transcurrida la carrera más importante de la reunión. El suelo ya está sucio de boletos, el público goteando hacia la salida en cada carrera, la maquinaria de relojería suiza que caracteriza a todo hipódromo de primer nivelSigue leyendo ««Sos burrero»»