Vivimos en un mundo en el que todos somos, o creíamos ser, clase media. Tiempos sin ideología real, porque el ideal común es el consumo sin freno, el placer inmediato, el distinguirse por la falta de esfuerzo para conseguirlo todo.
Lejos quedan las ideologías de verdad, las que servían de pauta de comportamiento; no de voto cada cuatro años, que acercarse a una urna cuesta muy poco, y desde luego no marca carácter. Eran tiempos donde primaba la conciencia de que con tu actitud se podía cambiar el mundo. Digo mal… no se podía, se debía cambiar porque la situación en muchos casos era irrespirable, imposible de soportar por injusta. Ahora en cambio la mayoría sufrimos la crisis como una simple nostalgia del consumo, de irnos de vacaciones muy lejos, de comer en sitios caros, de comprar gadgets tecnológicos sin fin, de usar y tirarlo todo, los objetos, las experiencias, las personas..
En ese entorno, con los parados, los recortes, los desahucios, las preferentes, la palmaria evidencia de que el sistema no funciona y se ha vuelto contra la gente (no me olvido de que una enorme minoría sufre, y sufre mucho), un grupo de damnificados se han dedicado a hacer algo más que protestar. Han decidido hacer Política con mayúsculas. Alzar la voz, organizarse, movilizarse para cambiar las leyes, ser creativos para hacerse notar sin maquinarias de marketing apoyándoles, tratar de influir en las decisiones que afectan a todos. Insisto, Política con mayúsculas, influir en la cosa pública sin miedo al enemigo, al poderoso caballero don dinero, ni a las complejidades que el sistema pone delante a los que quedan lejos del juego de los partidos políticos.
Y en estas estábamos cuando empezó la tormenta. Me refiero a la tormenta que desencadena la señora Cifuentes, delegada del gobierno en Madrid; secundada por otros muchos detrás, jaleada por los corifeos de la caverna mediática que les pilla más a mano. Triste estrategia la de demonizar a la parte de la sociedad civil que se moviliza de verdad. Lamentable labor, más aún si quien la ejerce es un político profesional. Simple política con minúscula, por mediocre, por miope, por cortoplacista, porque sólo pretende desincentivar la participación para seguir con su lógica de alternancia en el poder… porque además arrancó con un argumento que pretendía desacreditar a quien argumentaba, y no lo que se argumentaba. El ejercicio de primero de manipulación consistió en tratar de relacionar a la plataforma con el mundo abertzale. ¿Pensaban de verdad que iban a conseguir que la mayoría nos pusiéramos en contra de la plataforma anti desahucios?
La defensa de la democracia formal, que es algo loable, no puede ocultar que lo profundamente antidemocrático es que se avalen con leyes y hechos consumados situaciones injustas; o que se ningunee a la sociedad civil pidiendo la voz. Amar la política, actividad a la que se supone se dedica la señora Cifuentes, debería significar aplaudir estas iniciativas aún estando en desacuerdo, meterles en el juego, involucrarles en los procesos de decisión. Más de un millón de firmas merecían al menos eso. En cambio, la iniciativa popular ha quedado en nada (ni se va a votar) y la alarma social y el ruido mediático parece centrarse ahora en los famosos “escraches” ¿Que eres un político y te esperan en tu domicilio para reclamar que te posiciones a favor de una ley? ¡Qué cosa más horrorosa, qué flagrante ilegalidad repugnante, qué ignominioso recurso a la violencia…!
Pues no estoy de acuerdo. Sea o no un método adecuado, ése no es el punto relevante. Y, como efecto colateral, qué lamentable sensación nos transmitís, de casta intocable, de gremio en el peor sentido de la palabra, sensible a las molestias de unos pocos, insensible al sufrimiento de otros muchos. Antidemocrático le llaman a coger una pancarta y dar cuatro gritos, como si democrático fuera dejar a familias en la calle, en situaciones cada vez más insoportables, mientras se alimenta a algunos de los mayores culpables con dinero público.
No va a quedar más remedio: va a tardar, pero volverán los tiempos de la ideología, de empezar a convencerse de que se puede cambiar el mundo… el germen está ahí, creciendo entre una mayoría silenciosa que de momento (casi) sólo mostramos una triste nostalgia del consumo.
Grande Ada Colau, grande la causa de la plataforma de afectados por las hipotecas.